Ya en casa, abrimos el armario, nos miramos al espejo y al probarnos las prendas que dejamos en Mayo o Junio, pensamos que algo las ha encogido, quizás las bolsitas de ambientador o las pastillas antipolillas que pudimos antes de irnos de vacaciones.
Avanza Septiembre y buscamos la dirección de un buen gimnasio, de una piscina, tal vez de un nutricionista o algún endocrino, porque esto no es normal, debe ser el metabolismo o un mal funcionamiento orgánico porque los helados del verano, la sangría, las cervezas y las siestas no puede ser.
Miedo me da volver a encontrarme con las amigas de siempre, pero no queda más remedio que aceptar sus miradas sorprendidas, sus sospechosos silencios al escucharnos pedir una cerveza o un vino en lugar de manzanilla o un té verde, rojo o negro.
Llega Septiembre y al igual que en Año Nuevo nos proponemos cambiar de estilo de vida pero sabemos que nada nos va a cambiar, seguiremos encontrándonos con nuestra gente de siempre, en los lugares de siempre, igual que todos los años cuando termina el verano.
Nota: Aunque el Levante me invite a dejar mi playa, no puedo hacerlo ¡Me quedaría siempre aquí!