martes, 25 de febrero de 2025

 Totum revolutum


    Perdonad que titule hoy así lo que voy a escribir sobre el pasado jueves, en el encuentro de las tertulianas en su reunión semanal. Este grupo es un conjunto de señoras que está perfectamente organizado y programado, de forma que sabemos con antelación incluso de varios meses, quien va a visitarnos, quien va a presentar un nuevo e interesante tema o a que exposición o atrayente conferencia vamos a acudir. 

    Esto sería lo normal y es lo que ocurre semana tras semana, menos esta pasada semana: "Que si le tocaba a una traer su trabajo" " que si nos iba a visitar una invitada" "que si yo creía" "que me había confundido de jueves" ¿comprendéis ahora el titulo? Pero la verdad es que la Tertulia Athenea se crece ante las dificultades y saca su creatividad adelante.

    Al no tener programada la sesión de esta tarde, Clara venía cargada de documentos para compartirlos con nosotras, Sara distribuyo ejemplares del trabajo que había leído la semana anterior y a una servidora se me ocurrió comentar y felicitar a Mercè por un premio recibido últimamente y lógicamente todas quisieron conocer el relato premiado.

    Mercè no se dedico únicamente a leérnoslo, eso resultaría muy fácil, no, ella sabe declamar, actuar y por tanto cuando leáis el siguiente texto y no estuvisteis en el Rectorado presentes alabareis el contenido, la redacción y el mensaje pero no os podéis imaginar la belleza de Mercè leyendo su trabajo: una maravilla.

SE ACABÓ

Yo se lo cuento, y le prometo que diré la verdad.

No sabía que estaba en casa. No le había oído entrar. Pero cuando volví del desmayo me pareció oír ruidos en el lavabo. Me acerqué hasta la puerta y allí estaba.

Tan rubio, tan bonito, tan pequeñito. Siempre que el niño iba a escribir lavaba delicadamente sus manos, como si fueran de cristal.

-Mi niño, ¿Qué vas a escribir ahora?

-Mamá, ya no soy un niño y sabes que hace tiempo que no escribo.

Entonces fue cuando me di cuenta de que había sangre en sus manos que iba deslizándose por el lavabo, que su cara también estaba enrojecida y, que tenía razón, ya no era mi niño, era un hombre hecho y derecho. Sólo había sido producto de mi imaginación, o de mis recuerdos del pasado, cuando éramos felices.

-Y ¿esa sangre?

-Ya no volverá a hacerte daño.

Me dolían mucho la espalda y la cara, estaba cansada y yo también tenía algo de sangre en la cara. Me miré en el espejo del baño y entonces me acordé de lo que acababa de pasar.

Una vez más. ¿Cuántas llevaba ya?

-Ya que tú no eras capaz de ponerle en su sitio, lo he tenido que hacer yo.

- ¿Cómo… qué dices?

- Que ya no recibirás más palizas, que se acabó.

- ¿Has convencido a tu padre de que yo no soy mala?

- ¡Tú no eres mala! El malo, el sinvergüenza, el hijo de puta es él.

- Hijo no hables así, es tu padre.

- ¡Y tú mi madre!

- Pero ahora no sé qué voy a hacer…

Y de golpe se puso a llorar y a golpear la pared. Yo no entendía nada. Intenté calmarle, mientras le secaba las manos y el sudor de la frente. Pero era inútil.

Así que me fui hacia la cocina a buscar un Orphidal que, como usted sabrá, es mano de santo para calmar los nervios, la angustia. Yo siempre lo tengo en el botiquín. Seguro que la farmacia se ha hecho rica con todas las cajas que he comprado…

Pero, perdone, perdone, que ya sé que esto a usted eso no le interesa.

Y en el pasillo… lo encontré. Sí, sí, a mi marido claro. ¡No me lo podía creer! Pero entonces entendí lo de la sangre en las manos de mi hijo, lo que dijo de que se acabó, que el malo era él…

 Y le seré sincera: no sé si sentí tristeza o alegría. Pero lo que si sentí seguro fue miedo por lo que le podía suceder a mi hijo. Mi pobre niño que además de vivir en un hogar, si me permite la expresión, de mierda, ahora se había metido en un lío de los gordos.

¡Te quiero mucho Daniel!

Así que si hay un culpable ¡soy yo Señoría! Por haber aguantado las palizas y los insultos de mi marido, por no haber cogido a mi hijo y salir corriendo a empezar una nueva vida.

Se lo ruego Señoría, lléveme a mí a la cárcel, condéneme a todos los años que considere de justicia, se lo agradeceré eternamente, porque mi hijo no tiene la culpa, sólo llevó a cabo lo que tantas noches soñé con hacer yo. ¡Y qué Dios me perdone! Pero es la verdad.

-Escuchada la declaración, el jurado se retira a deliberar. Se levanta la sesión.

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¿Qué os parece? Pues ya podéis imaginar que cara se nos quedó a las presentes. ¡Un merecido premio!

A continuación les leí yo el relato que había presentado al mismo certamen y que por supuesto no fue premiado:

El hijo de Teresa

    Teresa nunca pudo ir a la escuela, porque su presencia era necesaria ayudando a sus padres. En su casa nacieron tres hijas y la madre repartió tareas entre ellas: A una de sus hermanas la pusieron a servir en una casa de la capital, otra cosía con la costurera del pueblo y a ella le correspondió ayudar en casa y esas tareas le ocupaban todo el día. Recuerda que miraba desde la ventana de la cocina a las niñas que entraban y salían de la escuela, las veía jugar en la plaza mientras ella acompañaba a su madre, cuando volvía de la compra llevando la cesta. Solía acercarse al único quiosco del pueblo e intentaba leer las palabras que acompañaban a las imágenes de las portadas de las revistas. Su madre le metía prisas y Teresa volvía a su casa sin saber que diría en aquellas letras.

    Ahora es ella la madre y no quiere repetir con su hijo lo que ella vivió en su infancia. Quiere para él lo mejor y lo mejor según ella, es que pueda leer los carteles, los títulos, los pies de fotos de las revistas y por eso Teresa lo manda todos los días a la escuela y al volver le abre la cartera y le pregunta por lo que ha aprendido, tanto si es un poema, una canción y sobre todo que ha leído y escrito. 

    En cambio, cuando el padre volvía del trabajo, raro era el día que no le regañaba al verlo sentado, escribiendo sobre la mesa de la cocina y pensaba para sí: “Este crio es muy raro al preferir estar aquí en vez de ir a jugar en la calle con los otros chiquillos de la barriada”, mientras su madre en cambio le ofrecía una de las libretas de Rubio que había comprado con lo poco que le sobraba después de hacer la compra.

    Para Teresa, era mágico que su pequeño hijo escribiera, leyera y entendiera lo que aquellas letras decían y por eso, después de merendar y siempre que el niño iba a escribir los deberes que debía presentar al día siguiente, le lavaba delicadamente sus manos para que aquellos dedos que sujetaban el lápiz no mancharan las páginas pautadas. Lo veía morderse la lengua manifestando la gran dificultad que le suponía trazar las letras que iban enlazándose unas con otras dando lugar a palabras, a frases que iba diciendo en voz alta, lentamente, pero suficiente para que su madre se emocionara. Ella tenía que disimular la alegría y satisfacción que sentía en su corazón. Su hijo sería de mayor lo que quisiera ser, porque todo lo que deseara saber estaba en los libros y él sabría encontrar en ellos todas las herramientas necesarias que precisaba para ello.

    Luego discurrió la tarde ultimando las próximas sesiones y aquí acaba el Totum revolutum del pasado jueves.



5 comentarios:

  1. Carmina buen título le has puesto a la reunión del jueves pasado.. Así ocurrió tal como lo publicas. Y tenemos la suerte de estar rodeadas de unas compañeras súper trabajadoras, dentro y fuera de la Tertulia como es este caso bien demostrado.. Los Relatos vuestros que son magníficos y nosotras tuvimos la suerte de poder escucharlos de viva voz.
    Gracias a las dos. 🙅‍♀️

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  2. Desde luego lo has plasmado perfectamente la tarde del jueves pasado.
    Fue muy variada pero muy completa e interesante.
    Y el relato de Merce, leído por ella fue impactante, sin desmerecer el de una tal Carmina Mengual q tb presentó otro relato muy bonito y más "suave"
    .Gracias a las dos y a todas las demás por su colaboracion

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  3. Estoy como Dori. Soy Clara.

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  4. Las dos historias son maravillosas. A pesar de ser diferentes, te hace reflexionar mucho sobre un mismo título. Siento en el alma no poder estar presente, os echo tanto de menos. Menos mal que existe el blog. Danielle

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  5. Lo que escribes lo haces tan exacto y bonito, que nadie acudirá al Rectorado, con leerte te enteras.
    Un abrazo

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