Mis blancos manteles
¡Qué casualidad que hoy sea de
nuevo día veintisiete de Diciembre! ¡Qué casualidad que ahora mismo acabe de
planchar mis tres manteles blancos: el de la comida de toda la familia del día
veinticuatro, el de Nochebuena y el de Navidad. Ya están recogidos de nuevo,
junto al mantel rojo que solo utilizo cuando es Nochevieja. ¡Mis manteles
blancos!
Hace muchos años, un día veintisiete del mes de Diciembre, escribí un artículo
en el que escuchaba hablar a mis blancos manteles. Ellos comentaban, no sólo quienes
compartían mesa, sino que temas trataban aquellas personas allí reunidas. Era
curioso escuchar todo lo que los manteles de nuestras casas escuchan en
silencio día tras día. Prudentes y discretos nos conocen como nadie. Ya lo dice
el refrán: “En la mesa y en el juego se conoce al caballero” y ellos conocen
también a la señora y al niño mal educado y consentido y a la amiga que no lo
es tanto y al cuñado y a cada uno de los que nos apoyamos en ellos y decimos
cosas que no debemos cuando el alcohol nos vuelve ligera la lengua y más ligera
la mente.
Ha pasado mucho tiempo y esta
mañana me he sorprendido a mí misma, mientras planchaba mis blancos
manteles de Navidad, como todos los años desde hace cerca de cincuenta
años, hablándoles yo a ellos. ¡Han pasado tantas cosas y hemos vivido
tantas y tantas experiencias! Sí, esta mañana he hablado con mis manteles y
según los iba alisando y doblando, les iba diciendo ¿y el año próximo, quién os
volverá a sacar del cajón inferior de la cómoda? ¿Seguiré yo aquí para repetir
el ritual de medio siglo? ¿Estaremos los mismos? ¿Faltará alguien?
Ellos, tan callados y
discretos, como siempre, no me han respondido y han vuelto de nuevo a su
lugar de reposo junto con el resto de manteles, tapetes, cubre bandejas y otros
elementos que sólo usamos en Navidad, como los chales dorados y las gasas que
sirven de decorado al Nacimiento o el mantel de encaje blanco o el rojo de
Nochevieja.
Yo soy la única que sabe dónde
se esconden el resto del año y me surge la duda cada vez que los plancho y los
recojo, acabada la Navidad, si no será esta la última vez que lo haga, si la
próxima Navidad, otras manos los encontrarán después de rebuscar en diversos
lugares, si cubrirán otras mesas, en otras casas distintas, si escucharán otras
voces, si se olvidaran de ellos y permanecerán ocultos en el fondo del cajón.
¡Mis blancos manteles, mis
manteles que sólo aparecen en los dulces días de cada Diciembre! Ellos
conocieron mis primeros años de recién casada, mis inexperiencias, mis faltas
de cálculo en las cantidades y en los tiempos que debía tener las gambas al
fuego. Mis nervios al poner la mesa para la familia y los invitados, ¡que nada
faltara, que todo estuviera perfecto, que no confundiera cubiertos ni copas! ¡Qué
tiempos aquellos! Llegaron los niños, mancharon mil veces de cremas y zumos,
volcaron las copas y ellos, mis blancos manteles callaban discretos. Hubo
algunos años, que al poner la mesa, descubría una mancha allí donde el
anterior, el vino o la salsa dejó su recuerdo y yo colocaba un cuenco, una
fuente o la ensaladera para que al mirar, nadie descubriera que mis albos
manteles no estaban perfectos.
En otros momentos, cuando había
pequeños en torno a la mesa, se me aconsejaba que pusiera otros de “más
batallar” pero nunca quise que en esos encuentros, en la Nochebuena o en La
Navidad, quedarán ocultos, dormidos, ajenos a las alegrías de vernos reunidos a
todos, unas veces muchos, otras veces pocos, con gente mayor que ya no
volvieron, con adolescentes vistiendo sus primeras galas en las noches mágicas
de la Navidad.
Al principio, solo tuve un
mantel blanco, pero con el tiempo fui necesitando una mesa más y a veces hasta
una tercera y fueron llegando los nuevos manteles, pero aquel primero, aquel
que estrené hace tantos años, ese tiene el privilegio de cubrir mi mesa
primera, mi mesa importante y cubre mis piernas y yo le acaricio al coger la
copa porque él me conoce y conoce mi historia y a toda mi gente y por eso, esta
mañana, cuando lo planchaba, yo le preguntaba: ¿El próximo año estaremos todos?
No me importa nada que seamos más, nos apretaremos, buscaremos sitio, pero
menos… ¡No! ¿Pero quién lo sabe?
Mis nobles manteles tampoco lo
saben, no tienen respuesta y duermen cubiertos con papel de seda, como siempre,
igual, allí en el cajón donde esperan solos, hasta Navidad, como cada año,
hasta que Dios quiera.